Zorrita sumisa y obediente
Mi chica siempre supo de mi gusto por los roles sexuales a la hora de practicar sexo entre nosotros. Se podía decir que aquel detalle era lo que más le atrajo de mi desde un principio. A mí siempre me gustó tener una actitud posesiva y dominante en la cama, mientras que a ella le gustaba obedecerme en todo lo que le ordenara. También disfrutaba como una perra cuando le insultaba y le obligaba a hacerme todo tipo de prácticas sexuales de lo más perversas y humillantes para ella. Se podía decir que estábamos hechos el uno para el otro. Éramos la pareja sexual más perfecta que pueda existir en todo el mundo. Si queréis saber los detalles de nuestras sesiones de sexo, sólo tenéis que revivir junto a nosotros una de nuestras folladas más históricas que puedo recordar, para que las sintáis como propias y consigáis excitarnos tanto como nosotros lo hicimos al protagonizarla. Aquella vez fue la que estrenamos el collar de brillantes que le compré a mi novia para que se lo pusiera durante el acto sexual en sí. Pero no es creáis que era un collar de mujer, ni mucho menos. Se trataba de un collar sexual que tenía una correa incorporada. De este modo, yo podía amarrarla bien fuerte y guiarla en todo momento para que ella me hiciera lo que yo quisiera. La cara de gusto que puso cuando abrió mi regalo fue maravillosa, y sin más dilación nos pusimos a estrenarla en ese mismo momento. Nos desnudamos con una velocidad pasmosa y ella misma me pidió que le pusiera la correa alrededor del cuello lo más fuerte posible. Yo también quería asegurarme que no tuviera escapatoria de ningún tipo, así que se lo abroché bien ceñido y empecé a darle órdenes de todo tipo. Poco a poco, no era necesario utilizar las palabras. Simplemente con un ligero tirón de cuerda, ella ya sabía que era lo que debía y lo que no debía hacer. Empecé ordenándole que me chupara la polla hasta el fondo. Ella, la mar de predispuesta, se humedeció los labios y empezó a comérmela hasta rozarle la garganta con la punta de mi nabo. Cada vez que se la metía en la boca, yo tiraba de ella para que su cabeza fuera a parar hasta el final, llenándole así toda su boca con mi pollón duro y caliente. Ella se relamía al notar el sabor de mi líquido preseminal, al mismo tiempo que me miraba a los ojos como un animal que busca la aprobación de su amo. Sin embargo, en vez de premiarla, seguí tirando de su correa y le escupí en toda la cara. Quería que utilizara mi propia saliva como lubricante, así que ella se relamió de nuevo y empezó a chupármela con más ganas aún. Yo veía que todo aquello le estaba excitando de forma sobrehumana. Por eso, le permití que se metiera un dedo en el coño y se masturbara al mismo tiempo que me la chupaba. Sin embargo, no dejé de insultarla para animar el momento. Puta y zorra eran sus palabras favoritas, ante las que respondía acelerando el ritmo y mamándomela mucho más rápido y con más ganas aún. Tanto fue así que, sin previo aviso, me corrí en su boquita de piñón. Ella no dejó en ningún momento de chupármela, y yo le tiraba fuerte de la correa para que toda mi leche caliente le entrara hasta el fondo de su garganta. Tras correrme, solté la correa y le di libertad total y absoluta. Entonces decidí comerle el coño para que ella también recibiera su merecida ración de placer. Cuatro lengüetazos en su clítoris bastaron para que su cuerpo se estremeciera de arriba abajo y experimentara un orgasmo de los más intensos de su vida, tal y como me describió después. Sin duda, había sido una sesión de sexo oral algo diferente a lo habitual, y por eso mismo había sido una de las más excitantes de nuestras vidas. Estábamos deseando volver a repetirlo en cualquier momento.