Monja sucumbe al pecado de la carne, como gritaba la zorra
No es fácil para una chica joven dedicada a la castidad que implica ser monja llevar el día a día. Como mujer jovencita y fértil de vez en cuando siente la necesidad de la carne, pero tiene prohibido mantener relaciones sexuales y sabe que no debe hacerlo. No obstante la tentación siempre está ahí, y en esta ocasión es un hombre el que la lleva al pecado más frecuente que existe. No necesitó en realidad grandes esfuerzos para tener sexo con ella, simplemente con hablar un poco, preguntarle que le preocupaba y posteriormente tocarla suavemente consiguió que aquella monjita joven se derritiera a su lado. Obviamente tenía el coño chorreando, no tuvo más que levantarle el hábito para descubrir que debajo de toda esa ropa se encontraba un cuerpo muy sexy y apetecible, curiosamente con una lencería más propia de una puta que de una mujer religiosa. Pero por supuesto, antes que monja era mujer, y estaba dispuesta a demostrarlo. Poco después sintió como la polla de aquél hombre entrada dentro de su vagina y fue cuando ella estalló de placer. Se arrepentía si, pero no del pecado, sino más bien de haber perdido la oportunidad de probar cuantas pollas pudiera. Así fue como ambos acabaron follando, finalmente la corrida por supuesto acabó en su cara, cosa que a la chica le fascinó.