El ginecólogo cachondo (1ª Parte)
Como cada día, entré en la consulta de mi trabajo dispuesto a tratar a mis pacientes como ellas se merecen, es decir, como unas auténticas reinas. Llevaba cinco años trabajando como especialista en ginecología, y durante estos cinco años me había encontrado absolutamente de todo. Sin embargo, lo que me esperaba aquel día estaba fuera de toda lógica o costumbre. Nunca pensé que un día podría llegar a hacer lo que hice, pero afortunadamente pasó, y no me arrepiento en absoluto de ello. Siempre me he considerado un verdadero profesional de la sanidad, pero cuando las ganas de sexo aprietan es muy difícil resistirse a participar de ello, y mucho más en mi trabajo. Todo el día viendo vaginas de otras mujeres, imaginaos lo que puede suponer eso. Samanatha entró directa como una flecha, y mientras se tumbaba sobre la camilla, me fue explicando en qué consistía su particular dolencia. Me dijo que por más que practicara el sexo, nunca conseguía quedarse totalmente saciada. Aquello me sorprendió, ya que no entendía que podía pintar yo en todo aquello. No parecía una patología propia de tratar por un ginecólogo, sin embargo acepté el reto y eché un vistazo para ver si podía arrojar algo de luz sobre aquel asunto. Nada más agachar mi mirada y mirar entre sus piernas, ella no paró de lanzarme indirectas sexuales en todo momento. Que si un suspiro por aquí, que si “estoy necesitada de sexo” por allá… Vamos, una auténtica prueba de fuego para ver si yo caía o no en su juego, Al principio me mostré frío y distante, pero la verdad que era difícil al contemplar la anatomía de la paciente en cuestión. Samantha tenía un cuerpo hecho para el vicio más absoluto. Contaba con un buen par de peras impresionantes a las que se le marcaban los pezones a través de la ropa. Era una auténtica gozada verla suspirar y abrirse de piernas cada vez más. Al final no pude resistirme y empecé a juguetear con mis dedos en su entrepierna. Ella gritó de placer al momento, así que yo me lancé a la piscina y acercando mi cabeza a su vagina, empecé a comerle el coño como no está escrito. Había cruzado una línea de la que ya no era posible dar marcha atrás, pero merecía la pena arriesgarse si con ello podía tirarme a mi paciente. Ella me arrancó toda la ropa hasta dejarme completamente desnudos. Aprovechando su postura de piernas abiertas, empecé a penetrarla con unas ganas locas. Toda mi polla con su carne dura y caliente se la estaba metiendo hasta el fondo, y cuanto más empujaba, más gemía ella. Quería resarcirla por completo y demostrarle que sí podía quedar saciada a la hora de tener sexo con un hombre. Quizá aquello se extralimitaba de mis funciones como ginecólogo, pero no quería pensar en eso ahora. Lo único que quería era follarme bien a aquella mujer y disfrutar juntos de la pasión y el vicio más absoluto. Continuará…